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domingo, 21 de febrero de 2016

Dos fotografías

Estoy enfadado con los periodistas. También lo estoy con la izquierda: con la reformista y con la supuestamente radical. Los primeros se alarman de la pobreza y en especial de la pobreza que generan las guerras; y hacen llamamientos y críticas a los Estados para que solucionen ese grave problema. Siempre lo mismo: mantienen a la sociedad civil ajeno a ese grave problema y hacen del Estado el mediador absoluto para la solución del mismo. Esa es su primera inconsecuencia, la enajenación de la sociedad civil por medio del Estado, pero peor es aún que solo critiquen a la pobreza y mantengan libre de crítica a la riqueza, sobre todo en sus expresiones execrables. Y los segundos, porque no someten a profunda crítica la distribución de la riqueza; solo se preocupan de la redistribución de la riqueza, esto es, de la utilización del sistema impositivo por parte de un Estado benefactor para quitarles a los ricos una parte de su riqueza y dársela a los pobres. A eso se llama “solidaridad”. La distribución de la riqueza estriba en que los propietarios y gestores del capital son los dueños del mundo y se enriquecen hasta los tuétanos, mientras que los que solo poseen su fuerza de trabajo ya le agradecen a “la economía” que les dé un trabajo para poder vivir de un salario digno. La redistribución vía impuesto puede paliar en parte las desigualdades e injusticias creadas por la distribución de la riqueza, pero la solución de la injusta y desigual distribución de la riqueza está en cambiar las relaciones económicas entre las personas o ponerles severos límites. Un cambio decisivo para modificar las relaciones económicas en el ámbito financiero, donde se produce la más alta explotación de las familias y de las pequeñas y medianas empresas,   estribaría en ponerle un límite al sueldo de los gestores de fondos y un límite a los ingresos derivados de la propiedad de capital monetario, que nunca deberían ser superiores a la inflación interanual.